Hombre joven, hombre viejo

1

Por el Ing. Sergio Amaya S.


Apenas amanecía. Las campanas de la iglesia llamaban a los fieles a misa de seis. El pueblo despertaba amodorrado. Las aves en los árboles del atrio piaban y revoloteaban disponiéndose a salir en busca de alimento. La tierra olía a humedad y todo parecía saludar al nuevo día. Los primeros rayos del sol se filtraban entre las torres y penetraban por los vitrales de la cúpula, barnizando de oro el interior de la iglesia.

Un viejecito harapiento entraba, como siempre el primero, a ocupar su lugar cerca de uno de los altares laterales.

Hincado, con los brazos en cruz, el anciano daba gracias a Dios por permitirle vivir un día más, sirviendo así a su Sagrada Voluntad.

Las beatas de siempre, vestidas de negro, llegaban de prisa con sus bolsas para las compras de la mañana, santiguándose de carrera, como si les diera vergüenza que les vieran. Los rebozos y los velos ocultándoles el rostro.

El cura, medio adormilado aún, se acercó al altar con paso cansado. Con desgano se persigna y a continuación se enfrasca en la celebración del culto. Las beatas, en forma mecánica, siguen el desarrollo de la misa.

Ajeno a todo ésto, el viejo continúa hincado frente al altar, concentrado en sus propias oraciones. Cerca de él. Un hombre bien vestido, sentado en una banca, alza la vista hacia la imagen como implorante, estrujándose las manos. Al ver el viejo la aflicción del hombre se dirige a él:

- ¿Qué te pasa hijo?, ¿te puedo ayudar en algo?.

El hombre volvió la vista y al ver al menesteroso repuso molesto:

- ¿En qué me puedes ayudar viejo si estás más fregado que yo?.

El viejo sonrió con indulgencia y le dijo:

- En apariencia estoy más necesitado que tú, pero en cambio yo vengo a dar gracias, en tanto tú vienes a pedir. ¿Cómo te explicas esto?.

- Bueno, - repuso el hombre ya interesado en el viejo - yo vengo a pedir que se me haga un negocio con el que ganaré mucho dinero, tú en cambio, con que saliendo encuentres quien te dé un mendrugo de pan habrás resuelto tu problema de este día.

- Ji, ji, ji, - rió la desdentada boca - eso es lo que piensan los jóvenes, hacer negocios para hacer dinero, que a la vez les permitirá realizar nuevos negocios para tener aún más dinero.

El hombre, confuso y ofendido, volvió la cara y se olvidó del viejo, concentrando sus ruegos en la imagen, que a su mirada implorante contestaba con su mirada de vidrio.

Al finalizar el culto las gentes salieron atropelladamente, a continuar con sus actividades del día.

El viejo salió con paso lento y se acercó a un perro flaco que esperaba pacientemente, echado junto a un muro cercano a la puerta. El viejo le acarició la cabeza y el perro lo siguió dócil. A la mañana siguiente se repitió la historia. El hombre se encontraba implorante frente al altar lateral, sentado en la banca con la mirada perdida en los ojos de la imagen. Después de sus oraciones el viejo volvió la vista hacia el hombre y le habló:

- Buenos días hijo, espero que hayas resuelto tus problemas.

- Gracias viejo, - contestó el hombre - pero por más que vengo día a día, no parecen escuchar mis ruegos.

- No desesperes, - continuó el viejo - tal vez lo que te falta es Fe en Dios y confianza en ti mismo, eso es lo que enriquece nuestras vidas.

- ¿Pero más Fe que yo que vengo todos los días? - preguntó el hombre - tengo tanta Fe que no dejo de venir a pedirle a Dios.

- Esa es la diferencia hijo mío, - repuso el viejo - vienes a pedir esperando reafirmar tu Fe en la medida que recibas, pero ¿te has puesto a pensar en lo mucho que tienes y que has recibido de Dios?. ¿Alguna vez le has dado gracias demostrándole tu Fe en El?.

El hombre se quedó pensativo, nunca antes se había puesto a pensar en eso. En realidad tenía lo necesario, pero él quería tener más. En fin, ¡eran chocheces del viejo!

Antes de retirarse, el viejo extrajo de entre sus harapientas ropas un pequeño papel y se lo dio al hombre.

- Mira hijo, ayer por la noche el viento lo trajo hasta mi. Jugó ayer mismo pero yo no lo necesito, tal vez para ti pudiera ser bueno.

El hombre lo tomo y lo observó: 22277.

- Gracias viejito, - contestó - pero estoy tan salado que con seguridad no tendrá ni reintegro.

La gente salió de la iglesia, el viejo se perdió entre el movimiento de la mañana acompañado de su fiel y flaco perro.

El hombre miró una vez más el billete y meneando la cabeza lo estrujó y lo tiró en la calle. El viento lo recogió y jugó con el.

Despreocupado caminaba el hombre cuando al ir a comprar el periódico le llamo la atención la lista de la lotería:

¡Primer premio 22277!

Una amarga sonrisa se dibujó en su cara y llevándose las manos al pecho cayó muerto. Infarto, fue el parte medico.


Irapuato, 3/IX/85

1 Comentario:

cesar falcao dijo...

en mi caso me quedo la sensacion que podia haber expresado un poco mas, pues termino abruptamente, debeindose entender una leccion de vida, result bueno . pero podia dar mas.-



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