Por el Psic. Fernando Reyes Baños


UNA PROPUESTA METODOLÓGICA PARA JÓVENES UNIVERSITARIOS

En muchos cursos de didáctica, y como parte incluso de la plática de algunos estudiantes, se aborda el tema de las características que debe tener todo docente universitario, pero… ¿Y qué pasa con las características que los docentes esperan que tengan sus estudiantes? ¿Cómo podríamos describir, por ejemplo, al estudiante cuyo poder de concentración le permitiera prestar atención durante toda la clase? Díaz Vega (1990) nos da algunas aportaciones al respecto. Él describe al “estudiante atento“ como alguien capaz de equilibrar, armoniosamente, sus facultades mentales, es decir, una persona con dominio sereno de su imaginación, equilibrio de sus afectos y control de su voluntad. Algunos estudiantes podrían protestar ante esta descripción y con justa razón porque en nuestra sociedad, así como están las cosas actualmente, no es fácil vivir exentos de problemas emocionales, tensiones y presiones de todo tipo, provocadas por nuestras relaciones personales con los demás. Irónicamente para estos iracundos estudiantes, lo que parece válido para ellos también puede serlo para quienes les dan clase, simplemente, porque afrontar ciertas situaciones en este mundo no es una empresa tan sencilla como pareciera ni para aprendices ni para enseñantes. Pero concentrémonos en ustedes, nuevamente, y revisemos algunas cuestiones en torno a estas situaciones, que genéricamente hemos llamado problemas personales, y cuya importancia radica en que sus efectos pueden ser tan poderosos, que pueden provocar la pérdida de concentración, y a su vez, problemas en tu rendimiento escolar.

Pero, ¿Qué clase de situaciones podríamos considerar como un problema personal en la vida típica de cualquier estudiante? Díaz Vega, por ejemplo, nombra las siguientes situaciones:

§ Problemas con los padres,
§ Fricciones con los compañeros del grupo (o de cuarto o casa de huéspedes si se vive en esas condiciones),
§ Problemas con el novio(a),
§ Preocupaciones económicas,
§ Enfermedades propias, de un familiar o amigo(a),
§ Etc.

Obviamente lo más importante, al hablar de este tema, es proponer algún “método”, por así decirlo, que nos permita afrontar estas situaciones. Para ello, nos valdremos de las aportaciones de De Bono (2000) y de Rodríguez Estrada (1988), para proponer un modelo que, al integrar las ideas más ilustrativas de ambos autores respecto a este tema, nos sirva de guía para explicar en qué consiste este método.

Para ello, observa el siguiente esquema:

Nuestra explicación, como resultará obvio, irá en cuatro pasos:

I. El problema. Para Walter Pauk, que el estudiante afronte el problema que le ocasiona falta de concentración y agotamiento, depende de la gravedad del mismo. Si el problema no es grave pero molesta, explica, sugiere que lo escribas en alguna hoja de papel y te digas que te ocuparás de él tan pronto termines de estudiar; en cambio, si el problema es grave y/o urgente, sugiere que mejor lo resuelvas o trates de buscarle una solución lo más pronto posible, ya que solamente después de ocuparte de él podrás concentrarte, cabalmente, en tus estudios.

El problema radica en que, generalmente, no podemos estar completamente seguros de cuál es, con exactitud, el problema. ¿Por qué? Porque éste es percibido de maneras distintas por las personas que están involucradas en él, y aún cuando nos haga sentir incómodos, debemos aceptar que la mayoría de las veces, nos resulta más fácil conformarnos con nuestra propia percepción del problema, antes que ponernos en los zapatos de los demás y vivirlo como ellos lo viven. Es cosa de experimentar, supongo. ¿Te gustaría intentarlo? Para ello, escoge algún problema que actualmente interfiera con tu concentración en los estudios. Empecemos con algo sencillo. Pongamos, por ejemplo, alguna dificultad con tus compañeros de grupo. Antes que des por sentado que comprendes a la perfección dicha dificultad, cualquiera que esta sea, date tiempo para preguntarte si tu percepción de las cosas sería diferente si trataras, con toda la disposición que te sea posible, de imaginar como la perciben cada uno de tus compañeros. Seguramente encontrarás que, analizando cómo vive la situación cada uno de ustedes, el problema, al principio quizá muy simple desde tu sola óptica, adquiere otros matices. Si llegado a este punto, logras apreciar que la situación puede ser mucho más compleja de lo que te habías imaginado al principio, tal vez incluso puedas también sospechar, que su solución bien puede admitir, además de lo que tú mismo puedas proponer al respecto, otras aportaciones: las de tus compañeros. Pero antes de pre-ocuparnos por encontrar alguna solución, necesitamos estar seguros de que hayamos comprendido bien en qué consiste el problema. De ahí la importancia de cobrar conciencia de cómo lo están viviendo cada una de las personas involucradas. La intención es que de este primer paso obtengamos un diagnóstico que pueda revelarnos, entre otras cosas, toda la complejidad que pueda estar implicada, para que de esta forma tengamos elementos para ocuparnos de lo más importante después de la solución misma que podamos proponer: La respuesta a la pregunta, ¿El problema es… ?

II. Reconocimiento y aclaración. Habiéndonos ocupado anteriormente por saber de que trata exactamente nuestro problema, estamos en condiciones ahora de enfrentar un reto aún mayor: ¿Cómo formo yo mismo parte del problema en cuestión? Siendo sinceros, debemos admitir que tener un problema con otro u otros es estar en un problema con alguien más. El problema afecta a todos los involucrados, aunque de distintas maneras y en diversos grados. En cada caso además, y dependiendo de cuál sea la situación específica de que se trate, asumiremos diferentes roles que nos harán defender posturas personales con mayor o menor fuerza. Si, esto parece un poco complicado para pretender abordarlo como segundo paso de un proceso explicado a propósito de las distracciones internas y las sugerencias para contrarrestarlas. Por ello diremos que, antes de ponernos a sopesar cuáles podrían ser las posibles rutas que podrían conducirnos y aproximarnos a la solución, hay dos interrogantes que deberemos intentar responder para ganar claridad acerca de cómo estamos formando parte del problema, o lo que es lo mismo, cuál es exactamente nuestra posición con relación a éste: primera, cómo nuestras actitudes contribuyeron para que surgiera el problema y/o para que éste continuara; y segunda, cuáles son realmente mis propósitos personales con relación a éste. ¡¿Cómo _se preguntará alguno de ustedes_ responder a estas preguntas puede acercarnos más a la solución del problema en el que nos encontramos?! Veamos con más detalle cómo ocurre esto.

En esencia, todo problema interpersonal es un conflicto. Un conflicto es un choque de fuerzas y su continuidad sólo es posible si tales fuerzas siguen contraponiéndose, una contra la otra, con la misma intensidad. En el momento en que la intensidad de alguna de tales fuerzas cede ante las demás, el conflicto tiene cierta posibilidad de resolución. Que ésta sea benéfica o conveniente para la mayoría de las partes involucradas dependerá de la manera particular cómo se haya procurado llegar a la solución. Al margen de cada una de las alternativas que podríamos considerar para desarrollar este último punto, lo que de veras importa aquí es reconocer que todos nosotros, al ser parte de un conflicto, contribuimos de algún modo para que éste surja o continúe, y que por esa misma razón, somos también capaces de contribuir a su solución.

Ahora bien, ¿Por qué razón podríamos contribuir a la creación o continuidad de un problema? Podría ocurrírsenos infinidad de razones. La cuestión aquí no es analizar cada una de ellas, ni siquiera para clasificarlas de algún modo. De lo que se trata es de reflexionar si, al estar en conflicto con alguien más, estamos al tanto de cuáles son nuestros valores con relación a éste. Esto implica preguntarse por la solución que uno mismo desea y que podría convenirnos más, pero también implica preguntarse por la solución que los demás desearían para sí mismos, y por aquella que además fuera, la solución más conveniente (¿y quizá también la más justa?) para todos los involucrados en una situación asumida como “nuestro problema”.

Como ves, no siempre resultará fácil resolver ésta o cualquier otra clase de problemas. Tal y como lo venimos explicando, llegar al paso donde es cosa ya de ocuparse de encontrar una solución viable, implica pensar en la mejor solución, no sólo para ti o para algunos cuantos de los involucrados (ni siquiera para todos en su conjunto), si no para el conflicto en sí, para que éste deje de significar un problema para quienes lo están viviendo como tal, y puedan las fuerzas que se contraponen en él, fluir en los mejores términos que haya posibilidad de negociar.

III. Diseño de alternativas posibles. Sabemos ya cuál es nuestro problema y cómo lo perciben los demás involucrados. También reconocemos nuestra contribución a la creación o continuidad de éste y hemos logrado cierto grado de claridad sobre los valores personales que estamos implicando en él. Ahora es el momento de proponer creativamente, el diseño de alternativas posibles para aproximarnos a su solución.

Generalmente, transitamos casi de manera automática a este tercer paso, y buscamos selectivamente, la forma que parezca la más conveniente para el problema que creemos tener entre manos. Sin embargo, la mayoría de las veces lo hacemos de manera incompleta e incorrecta. Incompleta, porque al no prestar atención a los pasos anteriores terminamos omitiendo aspectos importantes que nos permitirían, entre otras cosas, darnos cuenta de cuál es realmente la dificultad; e incorrecta, porque nos apresuramos a emitir juicios acerca de cuán posibles o probables son las alternativas que proponemos, eligiendo una de estas como si esperásemos que lo más productivo de nuestra labor pensante, se encontrara depositada en la opción elegida.

Si estamos poniéndonos al tanto sobre la forma completa de abordar este tercer paso, ¿Cuál sería entonces la forma correcta de hacerlo? Respuesta simple: diseñando creativamente alternativas posibles para intentar resolver el problema. Esto significa proponer toda alternativa que pueda aproximarnos a su solución, sin detenernos a pensar si estas son viables o no. Se trata de ser creativos y de diseñar todas las propuestas que podamos hasta agotarlas, evitando autocensurarnos debido a que algunas de ellas puedan parecernos muy ambiciosas o muy descabelladas o hasta risibles. Llegados a este punto sería inevitable que alguno de ustedes, quizá con una visión muy práctica de las cosas, preguntara con cierto desconcierto: ¿Para qué diablos quiero todas las alternativas que podrían ocurrírseme si desde un principio podría descartar aquellas que considere inútiles o poco factibles? Este ejercicio, piedra de angular de este paso y cuya práctica nos recuerda a la técnica grupal lluvia de ideas, adquiere todo su sentido en el paso final de este método, en donde la selección de la mejor alternativa entre aquellas que se propusieron será sustituida por una estrategia diseñada a partir de cada uno de los elementos propuestos. Hasta entonces entra a escena el pensamiento crítico, es decir, aquel que usa referentes como fundamento y que siempre sigue una dirección determinada. Por mientras, en el paso tres sólo hay cabida para la producción exhaustiva de ideas que puedan aportar elementos valiosos que nos aproximen a la solución que buscamos. Casi resulta innecesario decir que, entre más rica sea la producción de ideas que se haga durante este paso mayor será el número de elementos que se tengan en el siguiente para diseñar la estrategia con la que se buscará solucionar el problema.

IV. Diseño de la estrategia e implementación de la misma. Supongamos que hasta ahora hemos seguido fielmente los pasos propuestos por este método para intentar resolver un problema hipotético, digamos, aquella dificultad entre tus compañeros de clase que te solicitamos en el paso uno. Ante nosotros tendríamos como resultado, una serie de ideas que hemos propuesto como alternativas posibles para solucionar tal escollo. Seguramente, nuestro primer impulso sería elegir entre ellas aquella que pareciera la más conveniente, pero si obráramos de esta manera, le robaríamos toda la coherencia y cualidad innovadora al método que hemos seguido hasta ahora. Más aún: correríamos el riesgo de desaprovechar muchos de los recursos que podrían encontrarse implicados en algunas de las alternativas que, por nuestra labor selectiva, no consideramos.

¿En qué consiste entonces la pieza clave que propone este método para la realización de su último paso? Diseñar, no seleccionar, la estrategia con la que intentaremos resolver nuestra dificultad. ¿En qué radica la diferencia? Seleccionar es elegir entre varias alternativas aquella que consideremos la mejor. Diseñar es revisar cada una de las alternativas propuestas e identificar, en cada una de ellas, los aspectos más relevantes para la solución del problema y construir, con tales aspectos, una estrategia que sea útil a ese propósito. De esta manera, la lluvia de ideas que hicimos para el paso tres resultaría provechosa y no descartaríamos, en su revisión, ninguna de las alternativas propuestas. Para el diseño de esta estrategia, en contraste con lo que planteábamos para el paso tres, definitivamente requerimos usar nuestra criticidad. ¿Por qué? Porque de lo que se trata ahora es de implementar esta estrategia para afrontar, de manera directa, la dificultad que pretendemos resolver. Dicha estrategia, ¿Es la más viable?, ¿Es la más práctica?, ¿Es la que tendrá mayores probabilidades de tener éxito?, ¿Es la más justa para todas las partes involucradas? Estas y otras preguntas, que procuran analizar cuán factible es nuestra estrategia para su implementación, deberemos planteárnoslas a nosotros mismos para estar seguros de que ha llegado el momento de pasar a la última parte de todo este proceso. ¿En qué consiste este último paso? En llevar a la acción la estrategia que diseñemos. ¿De qué serviría la mejor estrategia que pudiéramos diseñar si no la lleváramos a la práctica? ¿Cómo sabríamos si ésta representa lo mejor que podemos hacer para resolver esa dificultad? ¿De qué otro modo podríamos conocer sus efectos?

Ahora que conoces este método en su totalidad probablemente tengas la impresión de que llevarlo a la practica podría resultarte complicado, pero valdría la pena que te preguntaras qué resultados podrías esperar si, al intentar resolver tu próxima dificultad, actuaras como siempre lo has hecho en lugar de hacerlo sistemáticamente con base a un método que busca brindarte mayor seguridad en tus decisiones. En cualquier caso, nuestra aportación final respecto a este tema es que consideres la posibilidad de resolver, de un modo más certero, los problemas en los que consideres tengas tú algo que aportar.



El contenido plasmado en este blog es producto de la reflexión de su autor, de sus colaboradores y de los pensadores que en él se citan. Cualquier semejanza con la realidad o alguna ficcón literaria, televisiva, psicótica paranoide o de cualquier otra índole es mera coincidencia

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